20 mayo, 2012

Bruce Springsteen - Sevilla

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No quiero hablar sobre como el boss incendió el estadio de la cartuja ni como espoleó sus cimientos a golpe de puro rock como hacen los periodistas aduladores. Quiero hablar de como ayer se vivió uno de los mejores espectáculos de música, de experiencia, y de humanidad por parte de un músico que a sus 62 años sigue tan joven como con 20.

Tuve la suerte de poder asistir injustamente invitado por una maravillosa persona que quiso regalarme una de las mejores experiencias melómanas de mi vida. Y ahí estuve, entre las 28.000 personas que llenaban como hormigas el estadio olímpico de Sevilla. 

Era el primer concierto de la gira en la que promociona su nuevo disco "Wrecking Ball", así que estuvo plagado de nuevas canciones en las que dispara contra las injusticias sociales; "Destruyeron nuestras familias, fábricas y se llevaron nuestras casas, dejaron nuestros cuerpos en la intemperie, los buitres recogieron nuestros huesos" versa Death To My Hometown.

Compensó, eso sí, tocando canciones que hacía años que no interpretaba, aunque se dejó grandes temas en el tintero.

Tuvo palabras para los indignados del 15M y lamentó la ausencia de su mujer que "estaba cuidando de los niños". Tampoco acudió su infatigable madre que lo sigue a todos los conciertos. Recorrió el escenario de una punta a otra y bajó a codearse con un público entregado a su arte, que lo manoseó y lo aduló, tan tan cerca que pudo probar el sudor de un grande que corrió y corrió bajo los 35ºC sevillanos.


El sonido desmereció lo que fue un espectáculo mayúsculo. 6 columnas de line arrays no fueron suficientes para una obra de ingeniería como es sonorizar un estadio tan grande. A tan solo unos metros del escenario el sonido directo no llegaban por las sombras y la absorción del público, y podían escucharse las nonagésimo novenas ondas del campo reverberado que ya constituían un eco con nombre propio. También se echó en falta un poco de virtuosismo individual por parte de esa E street band plagada de genios, que con su sonido potente, preciso y homogéneo congraciaron las obras del Boss. Ahí estaba Steven Van Zandt, la mano derecha de Tony Soprano tras las cámaras, siendo esta vez la de Bruce Springsteen frente a los focos.

Y sin duda, una de las mejores partes se las llevó el sentido homenaje que hizo a Clarence Clemons, el saxofonista y amigo que le ha acompañado desde sus comienzos. Pudo hasta durante varios y largos segundos durante una canción, dejar la Cartuja en silencio mientras mostraba imágenes de los momentos de ambos en sus giras. Y allí arriba, compungido, vimos o imaginamos los espectadores, como ese hombre lloraba por dentro, y empuñaba el micro con rabia desmedida para seguir azotando las pasiones musicales hechas sentimiento.

Bruce Springsteen ha dejado que parte de él siga en el escenario contratando a su sobrino como saxo solista. Una apuesta que no ha defraudado a nadie.

Tras tres horas de concierto sin pausas nos fuimos queriendo más. Lástima que esto sea una sola vez en la vida.



1 comentarios:

  • 20 de mayo de 2012, 16:09
    Anónimo says:

    Aún se me encharcan los ojos de la emoción vivida...magnifico se queda corto.

    PD: Esto si es un articulo de verdad y no lo que leimos por los periódicos ;)

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